Marina sigue creyendo en la felicidad.

Amaba hasta que se le quebraban los huesos. Reía hasta que le explotaban las mejillas. Soñaba casi todo el tiempo hasta que se le rebozaba el corazón de fantasía e ilusiones. Leía cuentos de Caperucita y el Lobo y se sentía tan, pero que tan inocente...
"Crecer es obligatorio, pero madurar, decididamente, es opcional" decía ella.
Marina era ya mayor, pero conservaba la ilusión de un niño que juega con las hadas y los duendes en su habitación. Marina se dejaba guiar por el viento, nunca por sus pensamientos.
Marina no maduró, principalmente, porque seguía creyendo en la felicidad.